Confesiones de Papá: Odio el Parque

Voy a comenzar una sección nueva en este blog y la llamaré Confesiones de Papá. Poco a poco os iré descubriendo las cosas que más me molestan/odio de las actividades cotidianas o similares que tenemos que hacer cuando tenemos un hijo. Para comenzar esta sección he decidido hablaros del parque, al que tengo un odio bestial y en el que me suelo sentir como el Grinch.


Sí, el parque parece ese lugar soñado e idílico en el que todo el mundo se ve cuando va a tener un hijo. Es algo que todos pensamos: "Que bien, que divertido, iremos al parque y jugaremos". Pero es que no te imaginas la jungla que puede llegar a ser ese lugar plagado de niños de todas las edades. En un post de este blog, os hablé de las edades para ir al parque, no es que yo recomendara sino que pedía recomendación ya que veía a mi hija muy pequeña para ir. Ahora ya tiene 3 años y la verdad es que le encanta pero yo si me lo puedo evitar lo evito.

Mucha gente va allí, pilla sitio en un banco a la sombrita, se compra sus pipas y se desentiende del niño durante el tiempo que esté allí. Le da igual si su hijo es un salvaje que pega, empuja o se cuelga de un pino. De vez en cuando, escupe las cáscaras de pipa y suelta un: "Pepito, ten cuidado hijo" pero realmente casi ni le está prestando atención al niño. Me gustaría ser así pero no puedo, tengo que estar pendiente de que la niña "no se vaya a" o que "tenga cuidado con". ¿Sobreprotector? Pues habrá quien diga que si pero, yo creo que debería ser lo normal.

Además está en una edad en la que jugar con los pequeños no le atrae y los más mayorcitos la ignoran. Esto es algo que me agota. Claro, ella es pequeña y no entiende que la están rehuyendo pero yo sí, y me enfada sobremanera. Luego está el típico que acapara los cacharros y si otro se acerca, saca la mano a pasear. El grinch vuele a apoderarse de mi cuerpo y se me salen los ojos de las órbitas. No permito que nadie toque a mi hija, ni niño, ni niña ni perro, ni perra. No me gusta que le peguen, además que ella es muy tranquila y no es capaz de responder. Me enervo y llega el momento de llevarla a otra parte pero es que el parque entero está lleno de niños acaparadores.

"No, tu no te tires" ¿Perdona? Tengo que acercarme, apartar al niño pesado y que mi hija se tire por el tobogán, mientras me muerdo la lengua para no decirle a ese niño lo desagradable e impertinente que está siendo. Eso debería hacerlo el padre o la madre, pero se está muy bien al fresquito charloteando y dejando que tu hijo tirano trate mal al resto de usuarios del parque.

Así que termino el día echando miradas fulminantes a niños y, claro esta, pendiente de que mi hija no se comporte como una salvaje más. Intento que no acapare los cacharros y si lleva un rato, como puede ser en un columpio, y hay gente esperando, lo deje y vaya a otra cosa. Que no suba por la rampa del tobogán en lugar de las escaleras, es peligroso para ella y molesto para el niño que se quiere tirar. Que guarde su turno para subir en el cacharro y no quiera apartar a otra criatura que está allí montada. Vamos, lo que veo normal y lógico pero que veo muy poco hacer.

La verdad que no siempre puedo callarme. La verdad es que hay ocasiones en las que salto. Un día por ejemplo un niño no paraba de molestar a la mía. Donde ella iba, él iba detrás para llegar antes al cacharro y quitárselo. Hablamos que mi hija no había cumplido ni los 3 años y este niño tendría entorno a 5 o 6. Iba con la abuela, la cual charlaba animosamente con cualquiera que se prestaba a escucharla pero, caso al niño poquito. La paciencia se me agotó en el tercer intento de mi hija por montarse en un asientos de estos en el que te meces. Me levanté del banco, fui hasta allí y le pedí a ese pequeño demonio que dejara en paz a la niña, que el parque era muy grande y que estaba siendo muy pesado ya, a la vez que también añadí que sino se daba cuenta de que ella era muy pequeña todavía.

Ahí la abuela si prestó atención y me preguntó que pasaba. Se lo comenté y su respuesta fue que los niños son niños y que en el parque hay que dejarlos jugar y que ya ellos arreglarán los problemas que surjan jugando. Me quedé en shock y directamente me volví a sentar por no soltarle una fresca a la señora, además de que tampoco me lo dijo con maldad, sino muy convencida de lo que me estaba diciendo. Esta es una de tantas anécdotas que he tenido que sufrir en el parque y que me hacen tener esta concisa opinión.

Odio el parque, odio la fauna que suele pulular por allí y odio a los padres despreocupados con niños vándalos en potencia sin vigilancia alguna.

Comentarios

  1. Pues ya somos dos. Yo lo paso muy mal en el parque, en parte porque ya veo esas miradas entre los niños, o entre los padres cuando ven al mio hacer "cosas raras" para ellos. Hay situaciones que me ponen de mala uva, pero también tengo que aguantar y dejar que el peque se desenvuelva solo, sin mi ayuda, pues es la única manera de aprender para el futuro. Eso me hace estar en continua tensión, y mientra el llega a casa relajado, yo hasta llegar a casa no respiro aliviada.

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